Por David Somoza
Dentro del mundo acelerado en el que vivimos hoy, a veces nos volvemos presas de un exceso de exigencia por la productividad. Esto se torna mucho más complicado cuando el ambiente es adverso. Sin embargo, a veces hay que detenerse y saber que más allá de ser un elemento que impulsa el desarrollo económico, en el camino también hay que pensar en dejar un legado de buenas prácticas empresariales.
Parte de esto cosiste en desarrollar el espíritu emprendedor que a veces sin querer se mantiene dormido dentro de nuestro equipos de trabajo. Impulsarlos a ser creativos y a arriesgarse a presentar propuestas nuevas es fundamental para adaptarnos a lo único estable en la vida: El cambio.
Es a través de ese compartir de idea en equipos y de trabajar en conjunto para comprobar su efectividad y su viabilidad, que logramos diferenciarnos de otros y al final y como consecuencia llamar la atención de ese consumidor que constantemente está buscando algo nuevo.
Muchas veces los entornos adversos nos conducen sin darnos cuenta a ser mucho más creativos y a manejarnos como pez en el agua en escenarios donde otras empresas fracasaría. Se convierte esto entonces en una ventaja que enciende el motor al emprendimiento.
Para esto la motivación de la familia empresarial es fundamental. Y esa motivación debe estar enfocada en brindar oportunidades de mejoramiento profesional. Asimismo, se deben ofrecer actividades que no siempre tiene que estar conexas con el quehacer diario sino mas bien que incentiven a despertar la creatividad. Es esa la manera cómo guiamos a nuestro team de profesionales, técnicos, obreros y trabajadores en general a imaginar la realización de proyectos innovadores y diferentes.
